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1-07-2005
- SALUD PSICOLÓGICA - Relaciones Familiares y Convivencia: Cómo Mejorar la Comunicación con Nuestros Hijos.

* Las personas vivimos en comunidad. Somos seres sociales y para nuestro desarrollo personal tenemos que establecer múltiples relaciones con los demás. La familia es un claro ejemplo de ello. Establecer dentro del hogar un adecuado clima de convivencia, caracterizado por unas relaciones familiares afectuosas y de comprensión entre sus miembros, facilita el crecimiento de la autoestima de nuestros hijos. Les ayuda a madurar como seres humanos, a vincularse emocionalmente con otros y a conseguir sus metas. Una buena relación con tu hijo previene y evita problemas en el futuro...

Ahora bien, comunicarse no es tarea fácil. Existen estrategias eficaces para la solución de situaciones conflictivas que se producen en el seno familiar, así como diferentes recursos que resultan útiles para adquirir unas buenas habilidades de comunicación. Uno de los más importantes es "fomentar la implicación familiar". Esto supone disponer de espacios y tiempos de encuentro donde los miembros de la familia realicen tareas en común. Según la edad, la atención que requieren es diferente: contar un cuento, jugar a aquello que les gusta, hablar de sus experiencias o comentar sus inquietudes. La falta de tiempo y nuestras preocupaciones nos dificultan establecer esa relación estrecha que necesitan para su desarrollo. Observar los intereses y gustos de tu hijo, compartir aficiones o cualquier otra actividad y estar disponible en función de sus necesidades nos ayuda a mantener una buena influencia sobre su conducta, que perdure en el tiempo. Cuando dedicamos tiempo a dialogar con él, tanto de cosas importantes como pequeñas del día a día, estamos facilitando que aprendan a escuchar y a ser escuchados y que combinen la experiencia ajena con la propia. Establecer un patrón de comunicación adecuado empieza por una habilidad básica: "la buena escucha". Lo primero que hay que hacer para animar a tu hijo a que hable contigo y te cuente sus preocupaciones, además de pensar si también tú le hablas y le cuentas cosas tuyas, es escucharle y dejarle hablar. A veces, le cuesta encontrar las palabras y el momento adecuado para contar lo que le sucede. Si quieres que te hable y establecer un diálogo dale tiempo y no muestres rechazo. De lo contrario perderá la confianza en ti y conseguirás que no quiera contarte nada. Esto parece simple pero no lo es. Muchos padres no escuchan a sus hijos cuando les hablan de "sus cosas", o les responden con mensajes que transmiten falta de interés, desaprobación o crítica hacia sus intereses y preocupaciones (como por ejemplo cuando calificamos como tonterías sus preocupaciones). El resultado es que se reduce mucho la comunicación entre padres e hijos porque piensan que sus padres no le comprenden. Evitar que se produzca este distanciamiento supone que los hijos perciban que sus padres están interesados en todo lo relacionado con ellos. Para que las interacciones que se establezcan en el grupo familiar sean equilibradas y permitan una comunicación clara y mutuamente influyente todos debemos poder expresarnos y ser escuchados. A veces, la comunicación que establecemos es en un único sentido (por ejemplo, cuando un padre o una madre impone una norma a su hijo). Lo adecuado es que se realice en las dos direcciones: de padre a hijos y de hijos a padre. Cuando no haya acuerdo con los hijos, es básico entender cómo se sienten y aceptar sus emociones, aunque no las compartas. Pueden parecer provocadores al discutir, pero es importante atender a lo que quiere comunicarnos, no a la forma o al dato puntual, dialogar y negociar. En vez de intentar de entrada imponer nuestro criterio, buscaremos soluciones que agraden a ambos. Cuando nos comunicamos con nuestros hijos no sólo transmitimos palabras a través de la comunicación verbal,"lo que decimos", sino que también nos ven actuar. Esto último,"cómo lo decimos", es lo que se denomina comunicación no verbal. Así observan cómo les miramos, nuestra expresión facial, los gestos, el tono de voz, la proximidad o el contacto físico. Nuestros actos dan sentido a lo que estamos diciendo, expresan nuestras emociones y sentimientos y el niño aprende a interpretar el significado de nuestra conducta. Algunas pautas eficaces son: escuchar hasta que él acabe de hablar. Prestar atención tanto al contenido verbal como a las claves no verbales. Orientar nuestra postura hacia él cuando nos habla y mantener el contacto ocular. Usar gestos y expresiones faciales de interés y de comprensión de lo que nos están diciendo. Normalmente ambos tipos de comunicación están presentes a la vez, complementándose la una a la otra, aunque hay ocasiones en las que los mensajes verbales se contradicen con los no verbales (por ejemplo cuando decimos estar tranquilos pero se nos ve muy enfadados). Estamos enviando "dobles mensajes" al niño indicándole cosas diferentes a lo que decimos y lo importante es hacer coincidir el mensaje verbal y el no verbal. En ocasiones, para mantener la conversación con nuestro hijo tenemos que transmitirle verbalmente que le estamos prestando atención. Podemos utilizar expresiones como "Si", "Ya veo", "¿En serio?", "¿A ti que te parece?", pedir una aclaración de aquello que no entendamos antes de sacar conclusiones, repetir lo que hemos entendido para que la otra persona nos confirme que no ha habido un malentendido o utilizar frases de resumen que muestren que entendemos el mensaje pero sin interrumpirle. La forma más adecuada para dirigirnos a ellos es mediante una "comunicación positiva" donde al hablar empleamos mensajes en primera persona, centrados en transmitir lo que pensamos o sentimos nosotros (Ej."Me disgusta ver sucia otra vez la cocina que acabo de limpiar"). Así no criticamos abiertamente su conducta sino que expresamos los efectos del comportamiento de nuestro hijo, lo que su conducta nos hace sentir o pensar. Si quieres introducir algún cambio en la relación con tu hijo y utilizar alguna de estas sugerencias, ve poco a poco, establece prioridades y tómate tu tiempo. Para llegar a utilizar adecuadamente estas estrategias es necesario hacer un esfuerzo para ponerlas en práctica y adquirir el hábito de emplearlas.


Arancha Luengo López - Psicóloga del Centro de Psicología Eber

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